16 de julio de 2014

Epílogo


Vuelvo a mi cama. Es el único sitio al que podría volver en este estado de descomposición, el único lugar que podría, quizás, calmarme. Aunque me sienta tan aparte, sigo siendo pieza de todo. Sigo estando en este infinito espacio, sólo que en un sitio donde la fuerza gravitacional hace tanto de las suyas que las gotas caen incesantemente en mi.


Estoy sola, de esas soledades que te desvanecen cuando caes en cuenta (quizás por la mismísima gravedad) que no hay nada y todo está agotado, que quizás eres demasiado sombra.

Es demasiada soledad que controlar cuando ataca la madrugada y las palabras decepcionantes chocan.

Es demasiada soledad para un cuerpo que pesa lo mismo que una pluma, un cuerpo frágil, esbelto, que toma la forma de la noche oscura y balancea sus sentidos en metáforas de mañanas sin café.

Y es un acto de supervivencia respirar; inhalar hondo buscando -irónicamente- más espacio vacío de lo que hay.  Ese espacio consecuente de la mudanza de tantas cosas, que ahora está deshabitado, lleno de telaraña. Espacio oscuro que ni siquiera guarda la pequeña luz que existe dentro de cada uno de nosotros.

Hoy podría decirse que durante este apagón mundial no hay nadie que prenda velas, ni que saque algún juego de mesa para pasar el tiempo de espera...

Era tan predecible el momento del quiebre. Se escuchaban los rumores del derrumbe, los sonidos del silencioso desplomo. Y exactamente pasó, como una bala perdida caí. Como un soldado caí y tan sólo me siento como Napoleón en la Batalla de Leipzing.. Ya sólo queda quemar los restos de la guerra, los cadáveres que no pasarán a ser otra cosa que fantasmas. Hoy todo lo sé y eso es nada... Y aunque nada, se ahoga, y yo me ahogo también.

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